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Algo minúsculo como la caída de una uña: un día una cortada donde empieza la uña del dedo meñique, el dedo se infecta, se llena de pus, presiono, pulgar derecho sobre meñique izquierdo; sale una punta blanca, más fuerte, mancha el puño de mi camisa, con ganas crece, se hace mucho, se hace fuerte y uno mira la uña e intenta limpiarla y se da cuenta de que está floja, como un diente a los siete años, así,
Cómo se me mueve la uña, se va a caer, le digo a Juan B, y él me mira como si yo fuera una de esas personas que se enferma de tanto hablar de sus enfermedades, y dice que está bien, que no se va a caer, que las uñas no se caen así,
¿Así cómo?, pregunto,
Así solas, dice Juan B, todo irritado,
Me duele, digo, Tengo que ir al médico,
¿Por una uña?
Sí, por una uña, entonces voy donde la homeópata recomendada por Luis, la doctora Duzán, y alargo mi mano para que me examine la uña con su lupa binocular quirúrgica y me dice sin inmutarse que tranquilo, que es solo un caso habitual de paroniquia y antes de que yo pueda preguntar que paroniqué, ella me aclara,
Es decir, uñero o panadizo, la materia es normal, saldrá sola, cada día un poquito, se pondrá mejor con las gotas que ella me va a preparar especialmente para los nervios,
Pero mi problema no son los nervios, doctora, es la uña, y el pus de la uña, y ella insiste que tengo que tomarme cien de esas gotas cada media hora, que el pus saldrá solo, o mejor dicho, hay que ayudarle apretando un poco,
Así, ¿ves?, y aprieta el dedo la doctora Duzán y sale alrededor de la uña el ya usual reguero y en su cara de doctora se forma una mueca de placer adolescente de sacarse las espinillas y pegarlas en el espejo del baño, se le desfigura la cara de tanto que aprieta más fuerte para que salga, sí, más, quiere más, es lo que dice el gesto ya a punto de fusionarse con esa materia que tanto placer le produce, y cuando ya solo sale un agua sangre, dice la doctora Duzán, volviendo a la seriedad para que le respeten su homeopatía, pero como decepcionada de que ya no salga más materia del agujerito alrededor de la uña,
Ya está, la uña no se te va a caer, cien gotas cada media hora,
Sin pararme de la cama en no podría saberse cuántos días, las gotas homeopáticas fermentándose en la mesa de noche, me pregunto si habrá alguien que pueda seguirle el ritmo a cien gotas cada media hora, me aprieto la uña para sacar el pus hasta que aparece de nuevo esa agüita transparente, con ganas de más, más, porque le he tomado cariño a lo que sale; cariño no, más bien digamos que eso que sale me conecta con algo de cuando las cosas ni cosas eran, debe ser que el pus es un arjé, como el fuego de Heráclito, el agua de ¿Tales?, sí, Tales, que predijo un eclipse, como yo predecía el desprendimiento de mi uña, yo, que pareciera no tengo más cuerpo que esta uña floja y lo que sale de ahí y un compromiso que no voy a cumplir con las gotas homeopáticas de la doctora Duzán, Juan B dormido, yo despierto, un movimiento y la uña se enreda en un hilo de la sábana de los mil hilos de algodón traída de muy lejos por Juan B,
la caída de mi uña por el poder del pus, y entonces, un resentimiento contra la doctora Duzán, contra Juan B por no creerme, cuando me había visto ciento cincuenta veces sacarme pus cada mañana por no sé cuántas mañanas que ha durado esto, y la uña del dedo meñique entera, engarzada, colgando del hilo suelto de la sábana de algodón de los mil hilos, y quien no toma en serio el pus no puede hacerse llamar doctor; quien duda del pus y su potencia no puede ser ni mi médico ni mi amante, he dicho, y viendo la uña enredada tan perfecta en el hilito y mi dedo tan sin su uña y el pus ya por ninguna parte, pienso, pero no soy yo, no es algo que yo pensaría, es la visión de estas cosas que me dicta, pienso, aunque más bien imagino, que en un universo paralelo existen hombres de pus y sin labios, quizás en universos no tan paralelos, dentro de la verticalidad de nuestro universo, si tan solo dejáramos que el pus tome su propio curso habrá hombres hechos de la sustancia del fondo, ese fondo que se exhibe en un dedo meñique sin su uña, fresquita la carne del fondo, ese fondo del que hablan cuando dicen: es que tu papá en el fondo es bueno; dicen que en el fondo algo es una cosa que no es en otra parte, que no puede ser superficie, como si hubiera una cortada entre fondo y superficie, será ese fondo donde uno se queda sin uña y salen las ganas de llorar,
quiero despertar a Juan B para contarle de mi uña, no para quejarme, lo juro, sino para decirle:
Mira, por fin, una idea, tiene que ver con… todo apunta al hecho de que… eso del fondo que me he pasado la vida buscando es un cultivo, podría hacerse un cultivo de fondos con probióticos, o con dedos sin uñas, infectados, solo necesitamos mucho pus, tú, con tu plata y tus dos semestres de medicina, podrías ayudarme, esta vez un proyecto serio, ¿ves?, consiste en enconar lo sano, lo que podríamos sacar de un pelo encarnado, molestando y molestando infectar cualquier pedazo de cuerpo a punta de uña, veo la vida que hay ahí, tú más que nadie sabes lo que un cuerpo puede cuando lo da todo y el pus es esa muestra deliciosa del darlo todo, amarillenta, blanquecina, tú podrás hablar con toda tu jerga, Juan B, con tu jerga que te encanta, sobre segregación de tejido inflamado, linfa, células blancas, suero, leucocitos que viajan por los espacios intercelulares, microorganismos, fibrina, restos de colesterol y glucosa, por ejemplo, ¿ves esa uña ahí enredada, la uña del dedo meñique en tu sábana de los mil hilos?, ¿la ves?, pero Juan B duerme como hace mucho no lo había visto dormir y me mataría si lo despierto solo para contarle una idea que sale del pus y que el pus a cambio solo ha pedido una uña, que efectivamente y a pesar del no se te va a caer porque esto es solo un caso habitual de paroniquia, porque las uñas no se caen solas, se cae
luego otra
se caen todas,
el uno por uno del caer de las uñas de una mano, esa violencia y si las manos se vuelven exceso, qué hacer, y lo que hago es renunciar a seguir mirándomelas, envolverlas en vendas de las que usan los quemados y acostarme, a ver si sin uñas aparece la liviandad en la cama suntuosa de Juan B y veo todas las películas de Jeanne Moreau, trato de entender la belleza de Jeanne Moreau, una belleza que se va instalando en la trama; Jeanne Moreau mirando a la cámara, haciéndonos una confesión desesperada, diciendo:
Cuando me quito la ropa ni siquiera puedo mirarme al espejo por mucho tiempo, y menos si la luz que entra es natural, como de las once de la mañana, esa luz que señala toda nuestra más humana y profunda celulitis,
Jeanne Moreau, el ritmo de unos tacones por la casa de una fiesta muy elegante, un vestido negro y ceñido, la introspección que solo un vestido negro y ceñido permite, observándolo todo, con esa soberbia que hace posible que la imagen se haga perfume, perfume de mujer rica, sí, pero que lo ha vivido todo, que puede ver más allá y más acá y se da cuenta de que nada tiene importancia,
y Juan B, pero sobre todo las empleadas de Juan B, me cuidan: pizza de champiñones y más pizza de champiñones y cocacola, que es lo único que puedo comer, sometido como estoy a esta ley del mínimo esfuerzo; cuando las uñas te abandonan de esta manera: si ya es fastidioso cuando una uña se raja y se enreda en las lanas de los sacos, en los hilos que se descuelgan de las camisas, de las toallas, porque además siempre que uno piensa en una uña solo piensa en la parte que se corta, ese casquito de arriba, y se olvida que la uña ocupa tanta parte de un dedo; hasta qué punto las uñas nos incrustan en el mundo es algo que solo se puede sentir cuando no están, cómo filtran, cómo hacen que cualquier cosa sea rasguñable, ya me hace falta el mugre, que tanto me atormentaba antes, que aparecía ahí, sin importar qué tan cortas estuvieran, ese casquito negro, la recolección de lo que trata de hacerse invisible; sin uñas el contacto entre uno y el mundo se vuelve indigestión, se vuelve parálisis, se vuelve solo poder comer pizza de champiñones y admirar a Jeanne Moreau
y este tratar de no rozar nada,
a pesar de las vendas, hacer lo que uno hace pero usando las manos lo menos posible; no es cuestión de usar buenos guantes y voilá, como dice Paz María, cuando por fin de un impulso digo,
Ya, hasta acá, y, sin bañarme, con las vendas bien puestas y lleno de valor voy al fin a visitar a mi amiga recién parida de mellizos de padre desconocido,
Desde el catre destartalado, heredado de su bisabuelita o encontrado en la calle, las versiones cambian según el estado de ánimo de Paz María, cubierta por la colcha de plumas, parches de ¿leche? mientras el bebé uno duerme y la bebé otra ya se levanta a pedir turno de teta, a la pobre no la dejan en paz entre uno y otro llanto, le cuento sobre mis uñas, o más bien, mis no uñas, ¿y qué hace? Ni me deja terminar, ya está diciendo,
Ay, qué exagerado, terrícola tenías que ser, yo con esta dermatitis en las manos desde niña y ¿me quejo? No, si en vez de quejarme me pongo estos guantes de piel de conejo, lo único que me sirve, mira, tócalos,
y me los hace tocar como si fuera la primera vez que los veo, será la hormona que hace que olviden todo para seguir pariendo,
y veo a Paz María usar sus guantes blancos hasta para amamantar, hasta para agarrar una de las rebanadas de pepino del plato instalado en su mesa de noche, pepinos ya deshidratados que habrá estado poniéndose en los ojos, para que le deshinchen las ojeras de tantas noches sin descanso,
y luego oírla decir,
Estoy bien, solo me duele mucho el ahí, o la cuqui, como dicen las terrícolas,
y verla ahí, con el brazo sosteniendo a la niñita con las manitas y los ojitos desesperados mamando,
Ojalá vendieran unos guantes así para pezones, mira cómo los tengo, y se levanta de la cama con cría en brazo y todo y sin darme tiempo de reaccionar me clava el pezón libre en la nariz para que yo pueda entrar en las grietas que son vastas,
No, que no puedo respirar, ya, insisto,
y ante mi negativa me presiona con fuerza la cabeza y me dice que no me dé miedo, que pruebe, y yo le digo,
Por favor, para, no hay necesidad de tanto tanto, si yo hubiera venido hasta acá para probar la leche materna,
Y entonces, ¿a qué viniste?
Pues a verte, a conocer a tus hijos,
Hija e hijo, no hijos, hijos es injusto, la excluye a ella,
El lenguaje es injusto,
Como la maternidad, mira, la hija y el hijo son tuyas también, ¿sabías?, te perdono que no hayas venido antes, pero ven, a ver, prueba, si es buenísima, te va a curar eso que tienes, lo que sea que tengas, de verdad, es la mejor fuente de calcio y biotina, regio para que te vuelvan a crecer las uñas, ven y ya verás cómo te van creciendo a mil otra vez, mira, a mí por eso es que no se me ha caído nada, nada,
y me muestra su cabeza medio calva,
Y mírame las uñas todas fuertes,
y me muestra sus uñas descascaradas, llenas de puntitos blancos, a leguas una deficiencia de calcio,
Pero yo creo que lo que de verdad me mantiene regia es haberme comido la placenta, ¿qué te parece?,
me parece que no quiero que empiece a contarme a qué sabe, por favor, y suplico arrodillado, pero mi súplica es un detonante para Paz María, que ya estaba cansada del vegetarianismo, que el placer de comer carne cruda después de años, y algo sobre la conjunción de su sangre con la de las crías que salieron de ella, y que no te parece increíble que de mi cuerpo hayan salido dos, ¿y un niño y una niña? Y yo ruego para que la sensación de comerse la placenta no encuentre una descripción, que sea una experiencia inefable, pero poco sabe de lo inefable Paz María, que avanza rapidísimo y se me mete una irritación que creo que es respeto por la recién parida, no me tapo los oídos ni me voy, me quedo, aguantando, tembloroso ante la ya conocida y temida tendencia escatológica pazmarciana,
Me la comí toda, la partera dijo que no había visto nada así,
Y ahí se te salió todo lo extraterrestre que siempre has querido ser,
No es que supiera rico mi placenta, aunque ahora que lo pienso, sí, la carne no hay que comerla solo porque sepa bueno, ustedes los terrícolas no pueden entender esto, aunque, ahora que lo pienso, sí, lo bueno es importante, hay algo de pulpo en la textura, muy ácida y difícil de masticar, pero tan placentera, de dónde crees tú que viene la palabra placer, y una se podría pasar un mes masticando y masticando, sin que se suavice ni un pedazo, yo estuve como dos horas dándole, y la partera estaba desesperada porque yo andaba más ocupada en masticar la placenta que en amamantar, pero me tomé la labor como me tomo todo, ya sabes, lento, y estuve así, hasta que al final, no sé cómo, abrí toda mi boca cual pelvis pariendo mellizos, y glup que entró toda la placenta y ni agua me hizo falta al final, y bueno, acá me ves, como si nada,
y yo empiezo a salivar más, qué sed de pronto, la miro y entre un exceso de producción de saliva se me sale,
Bueno, Pazmarí, tampoco como si nada, que en esto de parir bien terrícola resultaste, y ya veo que me mira con esa cara de cuando lo que digo está en un límite que ni aun nuestra amistad permite, y ella retoma lo de agarrarme a la fuerza la cabeza, que ya me había soltado, y me vuelve a intentar poner la boca en la pucheca libre de criatura, y le repito que no hay necesidad, de verdad, si ella supiera lo que hago yo con esta boca, y ella dice,
Ya, no importa,
que cualquier cosa que yo traiga solo va a hacer más fuertes a su hijita y a su hijito, mugre que no mata engorda, que deje de inventar excusas para no probar, con las ganas que tiene de que le chupe un poquito, que me deje llevar, que no puedo imaginarme lo que se siente, a pesar del ardor, es lo más delicioso que,
Y eso es mucho viniendo de mí, que como sabes soy dada a los placeres,
y dice que lástima que yo nunca fuera a sentir semejante placer desde mi cuerpo, ja, lo dice como si ella tuviera un cuerpo capaz de sentirlo todo, y cuando por fin sale de su trance y percibe mi resistencia, lo veo en sus ojos negrísimos que ya están a punto de lanzarme el chorro de su rabia, dice que por cuestiones logísticas no puede amamantar a los dos al tiempo, entonces eso hace que le salga menos leche, tendría que usar una máquina extractora casi veinticuatro horas al día, y aunque tiene una ahí, bien guardada porque no la quiere ni ver, y me la muestra con la teta, se siente como una máquina, y yo le digo que eso qué importa, no está del todo mal sentirse máquina, y ella dice, sí, pero sentirse máquina es sentirse sola, mis amigos deberían ayudarme, si de verdad me quisieran, si de verdad fuéramos eso de lo que tanto hablamos, podrían rotarse uno a uno, y mamar mientras yo le doy a uno de los dos, así no tendría que sacarme leche con el extractor ese, ¿ves?, además, eso haría que mis hijos fueran lo que yo quiero que sean,
¿Qué es lo que quieres que sean?
Pues hijos de nadie, hijos de todos,
Ay, Pazmarí, ¿y qué necesidad de mamarte entre todos para que tus hijos sean de todos?, si chupo de ahí quedo marcado para siempre, no se puede ser padre tan sin uñas,
tan sin uñas, como puedo, me zafo de su brazo que me aprieta más y más sobre ese pezón del que baja ahora un chorrito de leche, escapo bajando y poniendo mi cabeza sobre esa panza hinchada en la que puedo ser todo lo niño y lo animal que he querido ser, pero no se puede estar con una persona solo a punta de gusto por poner la cabeza sobre su panza, ahora flácida, hinchada, estriada, hace falta la aspereza de una barba, y cuando estuve con ella no podía saber qué era lo que necesitaba; desde la suavidad de ese vientre, qué carencia se puede tener, y ahora, envuelto en el perfume de Paz María, impregnada de leche materna, leche que realza el olor a mandarina siciliana, cítrico, un perfume que nace de ella, mezcla de rosa de damasco y peonía, melocotón, unturilla, jazmín y azahar y almizcle blanco, sensación empolvada, sudor y delineador y crema de huevo y avena hecha por ella misma que usa para sus problemas de piel, mezclado todo con la salinidad del sudor de sus axilas, porque aunque lo niegue, ella no suda tan poco como para no echarse desodorante, pero que no vaya a escuchar mis pensamientos, diría que no le hacen justicia a lo que ella de verdad es, pero ¿qué es lo que ella de verdad es?, ¿cómo hacer para abarcar a Paz María y a sus guantes blancos, sus manos siempre con guantes blancos y ahora estos niños que resulta también son míos?, ¿pero cuándo míos?,
me suelta, al fin, y ya está hablando sobre lo que sí es triste, que sus amantes terrícolas tengan las manos tan suaves, y en cambio las suyas tan secas, tan rasgadas, pobre ella, las manos ajadas de viejita; lo que tiene son mañas, pienso, sosteniendo una de sus manos enguantadas de piel de conejo con mis manos vendadas, mañas, como la de andar siempre con un tarrito de vaselina que a mí me llena de malos pensamientos, y no se calla Paz María cuando empieza a contar que a ella también algo, los dramas de los demás le parecen minúsculos comparados con los suyos, como si fuera la única con derecho a sufrir, y entre más habla Paz María menos la escucho, voy desescuchándola, y lo que crece en cambio es una sensación de estar perdiendo el tiempo,
¿Un té?
Un té, sí,
y se levanta con muchachito en brazos y va hasta la cocina medio empelota,
¿Nadie te está ayudando?
No, me niego a pagar por ayuda, solo acepto ayuda desinteresada, de amigas, mira, con lo misógina que era yo y resultaron más presentes que todas las maricas del mundo,
el té insípido, y en sabor crecen en cambio las ganas de irme, antes de que Paz María me haga padre o madre o lo que sea que tenga en su cabeza no terrícola, y no volver a Juan B, antes de que me clausure del todo mis salidas, lo que tengo que hacer es volver a las pulsaciones solo sentidas en París, pero no exactamente en París, sino en el cuerpo de Donatien,
las pulsaciones, el placer, eso, sentir, y que Donatien haya dejado de escribir, cosa insoportable, no estoy seguro si resignado a que no voy a volver o qué, ni escribe preguntándome qué hacer con mis cosas, ni me da la opción de decirle por teléfono que paciencia, que voy a volver, claro, que me guarde todo un tiempo más, Hasta cuándo, y yo extraño la contundencia con que Donatien pronunciaba ese Cuándo, y yo dilatando ese Cuándo, y él, en vez de seguir preguntándome cuándo y cuándo, empezó a escribir cartas, a describir con detalle lo que significaba su vida sin mí, sus nuevos amantes, como si fuéramos amigos que se cuentan cada detalle, como si él hubiera dejado de pintar para dedicarse a escribirme sobre su vida, que en mi ausencia había dado un giro pornográfico, y en sus cartas todo lo minucioso que no lograba ser en su pintura: cómo los tocaba, dónde; cómo uno, Paul, el único con nombre propio, le pedía que lo tratara como a una perra, sus auto-stops a cambio de sexo entre Marsella y Avignon, cómo una vez uno de sus amantes tenía ganas de orinar en un carro y él para aliviarlo le había ofrecido que orinara en su boca, y lo hizo, y no paraba Donatien, seguía en esa misma carta o en la carta siguiente, no me acuerdo, contándome cómo iba a la caza de héteros, eyaculaciones de desconocidos viejos en su boca, pero eso sí, por respeto a mí, por si acaso yo volvía, siempre evitando eyacular en la boca de nadie,
Donatien en sus cartas, y yo dibujándolo todo, ¿por respeto a mí?, ultraje, pero impulso al fin, y activé el estudio que me puso Juan B en su casa, las cartas de Donatien abiertas, mezcladas con algunas de las cosas que habíamos vivido en ese París del que yo había tenido que irme,
¿Y por qué? ¿Y hasta cuándo?, preguntó por un tiempo Donatien, y en Bogotá, Juan B, presentado por Paz María, su amigo el heredero, que no la dejaba pagar nada, que a pesar de aristócrata, no le importaba lo que dijeran, sus papás ya muertos, su apellido; Juan B se orina en su apellido, no como yo, a pesar de haber sido criado con tantos idiomas y tantos viajes y tantos museos, nunca quise que nadie supiera con quién y por dónde, ¿por qué tanto alboroto? Como si todos estuvieran tratando de sacar de mí, qué será, una materia de verdad, como si yo solo fuera un secreto, por qué tanto alboroto, por qué, por qué quedarse tanto tiempo en un mismo lugar, con la misma persona,
Le cuento a Juan B que me voy, solo por unos días,
A dónde, pregunta,
y yo, que volveré a París, que me entienda, tengo que ir a cerrar mi vida allá, y aprovechar y visitar a Luis, que me escribió que tendría una exposición individual, nada menos que en el Grand Palais,
¿O me prefieres así?
¿Así cómo?, pregunta Juan B,
Pues así, todo a medias, además, tú puedes venir a visitarme cuando quieras,
Juan B dice que ese cuando quieras es lo más falso que ha oído, con tranquilidad lo dice,
y luego, Cómo te vas a ir, tú no estás bien, alguien tiene que cuidarte, lo dice calmado, sin darme el gusto de verlo explotar, según él, a mí me encanta que las cosas exploten, sobre todo la gente; sin explotar, pues, insiste en nombrar las uñas, o la falta de uñas, para él un síntoma de algo,
y pasó, fue pasando, que parecíamos solo tener piel para sentirnos los nervios
y el tarrito de gotas homeopáticas ya evaporadas en la mesa de noche
y mis dedos sin uñas que palpitan
que hacen imposible a Juan B, no me dan ganas ni siquiera de explicarle que toda mi vida está en París, y aun así se me sale,
Toda mi vida está en París,
¿Sí?, dice Juan B, Toda tu vida está en París y en no hacer nada, porque después de dos años Juan B me acusa de que soy un pintor que no pinta, ¿y es que él hace mucho? No, qué va, la excusa de ser millonario lo salva, los herederos parecen tener derecho a no hacer nada, pero si uno escoge ser algo, hacer algo, está condenado a trabajar; no soy muy trabajador, nunca lo he sido, pero al menos puedo fingir que trabajo, soy muy eficiente en eso, me voy al cine y le digo a todo el mundo Trabajo cuando no trabajo, no trabajo cuando trabajo; el cine desde las diez de la mañana hasta perder la cuenta; nunca he podido pintar con las mismas ganas con las que veo películas, dejarme ir por la rubia diciendo tonterías, pero la rubia es encantadora
la contundencia de la rubia encantadora en contraste con las no uñas,
aprovecho el impulso, el impulso, mi única verdad, y la incomprensión de Juan B, y
me voy a París, así, liviano, ni uñas necesito,